miércoles, noviembre 08, 2006

Compañero Enrique Castilla, ¡presente!

La izquierda y Sendero

Por Raúl A. Wiener

Era una mañana a fines de octubre de 1989, cuando me comunicaron que Enrique Castilla estaba muerto. Me encontraba en el local de la revista Amauta de la que era el director. Y desde allí tuve que trasladarme hasta Vitarte, en un pequeño pasaje, a unas dos cuadras de la Plaza Principal y la Municipalidad, estaba el cuerpo cubierto con papeles de periódico. Había recibido varios balazos poco después de salir de su casa. Era dirigente de la Federación Textil y del sindicato de Tejidos La Unión. También era miembro del Comité Central del PUM y ahí nos habíamos conocido. Ahora yo era el primer dirigente del partido que había llegado a reconocer el cadáver.
Mientras la familia y los vecinos declaraban contando detalles como el tamaño y el porte promedio de los asesinos, las ubicaciones y la modalidad del ataque, empecé a sentir una extraña sensación en el espíritu. Y le dije a mi acompañante: siento que Sendero nos está observando y se está riendo de nuestro afán por encontrar indicios para suponer que otros podían ser culpables. Enrique Castilla era un tipo bonachón, algo envejecido en duros trotes sindicales, que se encontraba enfrascado en la lucha de los obreros textiles por impedir el cierre de las fábricas textiles. Después de su muerte Sendero se apoderó de la dirección del sindicato La Unión e impuso una larga toma de la empresa que terminó en el cierre definitivo.
Hace unos meses, uno de los investigadores de la Comisión de la Verdad me visitó para conversar sobre el caso Castilla. Ellos estaban probando hipótesis. ¿Y si fueron paramilitares del gobierno? No tiene mucho sentido. No era un dirigente político público, su muerte tenía un impacto en el gremio, no mucho más allá. ¿Y la empresa? Tal vez, pero eso sería más fácil de entender si es que la patronal hubiese alentado al sector senderista a resolver a tiros la conducción del movimiento. Ah. No sé qué dirá finalmente el informe de la Verdad sobre este caso, pero quiero señalar de mi parte lo difícil y doloroso que era a veces orientarse en esos días.
Enterrando a Castilla algunos compañeros del PUM repartieron unos volantes advirtiendo a Sendero y prometiéndole una respuesta ojo por ojo por las bajas del partido. Para entonces se contaban unos cuatro miembros de la organización muertos por acción de los senderistas y había un número de desaparecidos y asesinados de los militares y la policía. Algunos días después del asesinato de Enrique Castilla la izquierda decidió organizar una marcha callejera por el centro de Lima para hacer frente a la convocatoria de un paro armado decretado por Sendero Luminoso. Fue un desafío con la cara descubierta y asumiendo todos los riesgos que existían en ese momento. Fue una marcha larga que duró desde el medio día hasta entrada la tarde.
Desde Amauta llevamos adelante, a su vez, una polémica sostenida con El Diario, vocero oficioso de la organización subversiva. Ellos sostenían por ejemplo que la reivindicación por la indexación de salarios que planteaban los sindicatos y apoyaba el PUM, en un contexto hiperinflacionario, era una forma de salvar el sistema y oponerse a la guerra. Los trabajadores deberían comprender con su lucha por acortar el tiempo de los pliegos: semestral, mensual, semanal, diario, que no había salidas por esa vía y decidirse al enfrentamiento definitivo. Ese era el debate.
Sobre la autodefensa campesina, también hubo un claro choque de posiciones. Sendero no admitía más organización, defensa y armamento en el campo, que el que se subordinaba estrictamente a su conducción política. Desconocía las estructuras ronderas que existían con anticipación a la guerra, por ejemplo en Cajamarca, de muchas otras que se formaron de manera independiente de los elementos en conflicto: el caso de las rondas de Sihuas en Ancash, de Socos en Ayacucho y otros tantos lugares; y en última instancia el derecho de los campesinos a resolver sus problemas de seguridad, como cualquier otro asunto, en forma autónoma, sin imposiciones de nadie. Imputándoles un carácter de extensiones de las Fuerzas Armadas que la mayor parte de las rondas no tenían, Sendero las enfrentó abiertamente y contribuyó a su propio aislamiento y derrota.
Otro tema fue el curso de la guerra. Y fue allí donde arrancamos la mayor irritación de los redactores del El Diario y probablemente de la cúpula senderista. Dijimos entonces que se habían violado los principios de la guerra maoísta que se proclamaban a los cuatro vientos, y que todo el discurso sobre la aceleración de la guerra, el equilibrio estratégico, evitar la colombianización del conflicto, que se proclamaba a fines de los 80 y comienzo de los 90, los iba a llevar a provocar una confrontación general para la que no iban a tener capacidad de respuesta. Sendero contestaba diciendo que precipitar el golpe militar y la intervención norteamericana favorecería la irreversibilidad de la guerra. En abril de 1992 hubo un golpe de Estado con una opinión pública volteada totalmente hacia el lado del autoritarismo. Cinco meses después era capturado el presidente Gonzalo y Sendero entraría en fase de inexorable declive. Por opinar sobre estas cuestiones nos llenaron de insultos y dijeron que queríamos canjear una candidatura parlamentaria con denuestos a la guerra popular.
De todo esto hay un testimonio impreso en el libro “Guerra e Ideología” publicado en 1989, que recoge los artículos de Amauta y El Diario, y los ubica en el tiempo en que fueron escritos. No pocos pensaron que era un atrevimiento que pusiéramos nuestras firmas en los artículos y editáramos como libro esta controversia. En el partido nos exigían caminar con elementos de seguridad y sacar licencia para portar armas, que nunca aprendimos a utilizar. En el año 1992, la policía allanó la casa del militante del PUM en Piura, César Sosa, y lo detuvo por padecer una cojera, ser trabajador de la universidad y vivir en un Pueblo Joven de la periferia de la ciudad. Uno de los integrantes de un destacamento senderista que asesinó a al ex presidente de la región era cojo. Se decretó entonces una redada de discapacitados, en las zonas pobres y buscando relación con la universidad. Pero César Sosa fue el único que quedó preso porque en su poder se encontró mi libro en polémica con Sendero. La policía, el fiscal y el juez no se dieron cuenta de su verdadero contenido. Y le hicieron cargos de asesinato que lo mantuvieron en la cárcel por años, hasta que apareció otro culpable. Cuando Sosa fue liberado, se percató que el que lo había reemplazado era sordo. No oía, casi no se daba cuenta de los cargos que hacían sobre su persona. Y también era cojo. Tal vez este relato sea muy personal. No he podido evitarlo. Pero es mi forma de responder a la monserga de la izquierda que “no deslindó” o que estaba casi a un paso de incorporarse a Sendero Luminoso. También sobre el tema de la “lucha ideológica”. Finalmente que uno no tenía que renegar de sus principios de cambio social y compromiso con las causas populares, para enfrentarse al militarismo y totalitarismo senderista. No estoy hablando de teoría. Estoy refiriendo a días en que uno podía terminar tirado con un montón de papeles cubriéndole el cuerpo o preso porque la represión no sabía apreciar las diferencias.

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